Intervención del presidente del Senado en el acto conmemorativo del XL aniversario de la Constitución Española y el XXXV Aniversario del Estatuto de Autonomía de Castilla y León en Valladolid

12/03/2018

Sra. Presidenta del Congreso de los Diputados; Sra. Presidenta de las Cortes de Castilla y León; miembros de las Mesas del Congreso, Senado y Cortes de Castilla y León; Señorías; Autoridades; Sras., y Sres.,

Permítanme que, en nombre del Senado de España, exprese mi satisfacción por este acto de hoy en el que Diputados, Senadores y Procuradores de las Cortes de Castilla y León nos hemos reunido para celebrar conjuntamente los aniversarios de la Constitución y del Estatuto de Autonomía de esta Comunidad, cuyas Cortes tan amablemente nos han recibido.

En realidad, no pienso que estemos conmemorando dos acontecimientos de enorme trascendencia en nuestra historia, sino uno solo, porque ambas efemérides –la aprobación de la Constitución de 1978 y la del Estatuto de Autonomía de Castilla y León, en 1983- se encuentran tan estrechamente interrelacionadas que ninguna de las dos puede entenderse sin la otra.

Hasta tal punto ambos acontecimientos están imbricados, que podemos entenderlos como momentos de un mismo proceso, sin solución de continuidad.

Como bien sabemos todos, la Constitución de 1978 supuso la culminación del proceso político que conocemos como Transición, y que hizo posible algo de los que muy pocos países en el mundo pueden enorgullecerse: el desmantelamiento pacífico de las estructuras políticas de un régimen autoritario, y su sustitución por otras plenamente democráticas y perfectamente homologables con las de los países de nuestro entorno europeo.

Las claves de nuestro éxito fueron, en primer lugar, saber entender que, para poder construir un futuro de concordia y prosperidad, era imprescindible cerrar las heridas del pasado.

Y, en segundo lugar, que la única vía posible para erigir el régimen de derechos y libertades que la sociedad española demandaba abrumadoramente, era la del diálogo, la transacción y el acuerdo generoso entre las distintas fuerzas políticas.

Sólo así logramos los españoles poner en pie y dar la necesaria estabilidad a nuestra democracia constitucional, el marco político que nos ha procurado las condiciones adecuadas para que nuestro país haya experimentado, en estas cuatro décadas, el mayor proceso de crecimiento económico y progreso social de toda su larga historia.

El reconocimiento del derecho a la autonomía, dentro de la indisoluble unidad de España, es también, sin duda, uno de los mayores aciertos de nuestro pacto constitucional.

Con razón se ha dicho que la trascendencia de nuestro sistema autonómico para la organización de nuestro Estado es tal, que bien merece el título de “Constitución territorial”.

En efecto, la aprobación y entrada en vigor de la Constitución abrió paso al llamado proceso autonómico, cuya implementación estuvo también impulsada por el acuerdo, y cuya fase constitutiva culminaría, en febrero de 1983, precisamente con la aprobación del Estatuto de Autonomía de Castilla y León.

La Constitución, pues, creo las bases jurídicas para el despliegue de nuestras Comunidades Autónomas. Pero me parece importante subrayar el hecho de que, sin el reconocimiento del derecho a la autonomía, sin el abordaje de la llamada “cuestión territorial”, nuestro pacto constitucional no hubiera sido políticamente posible.

El tiempo ha servido para demostrar el acierto histórico de la puesta en marcha y del desarrollo de nuestro Estado autonómico, cuya contribución al progreso general experimentado por nuestro país en esta etapa histórica, ha sido netamente positiva.

Lo ha sido en cuanto se refiere al reconocimiento y protección de la rica diversidad cultural o lingüística que es consustancial a la identidad de España.

Lo ha sido en términos de profundización democrática, por cuanto el autogobierno ha servido para reforzar la proximidad de las instituciones con los ciudadanos.
Lo ha sido en lo que atañe a la extensión y a la mejora de la calidad de los servicios públicos.

Y también –es importante subrayarlo- nuestro sistema autonómico ha sido determinante para una mayor extensión y distribución de la riqueza, y la consiguiente reducción de los desequilibrios territoriales.

Pienso que la Comunidad Autónoma de Castilla y León ofrece la mejor prueba de los efectos positivos, para los ciudadanos, de nuestro modelo autonómico.

Y, muy especialmente, ofrece también el mejor ejemplo de articulación positiva entre sentimiento autonómico y sentimiento nacional; de cómo ambos afectos no tienen por qué resolverse en suma cero, sino que pueden compaginarse y potenciarse recíprocamente.

En definitiva, el ejemplo de cómo es posible sentirse tan orgullosos de lo que nos distingue, como de lo que nos vincula a todos aquellos que, con sus respectivas identidades territoriales, comparten con nosotros la pertenencia histórica a una misma nación.

¿Alguien podría decir que Castilla y León no es una Comunidad Autónoma con una acusada personalidad histórica? Desde luego, tanta como la que más.

 

Y, sin embargo, castellanos y leoneses siempre han demostrado que autonomía e identidad propia son perfectamente conciliables con la solidaridad hacia el resto de territorios y la lealtad a la nación que todos los españoles compartimos.

Castilla y León, con esa generosidad que es tan propia de su gente, con su espíritu abierto e integrador, nunca se ha alejado de estos valiosos principios.

Y, por eso, jamás ha pretendido hacer de sus peculiaridades un pretexto para la exigencia de tratos preferentes, posiciones de ventaja, ni, menos aún, privilegios injustificables.

Concluyo ya. Hoy, Diputados, Senadores y Procuradores de estas Cortes, como representantes políticos de nuestros conciudadanos, nos hemos reunido para conmemorar los aniversarios de la Constitución y del Estatuto de Castilla y León.

Lo hacemos con la mirada puesta no tanto en el pasado, por más que su balance general, desde 1978 hasta hoy, sea netamente satisfactorio.

Miramos, sobre todo, al futuro. A ese futuro al que todos deseamos contribuir trabajando, unidos, y dentro del espíritu de diálogo y mutua lealtad que nos ha permitido a los castellanos, a los leoneses y a todos los españoles, llegar a ser lo que hoy somos tras cuatro décadas de convivencia y progreso democráticos. Muchas gracias.