Jiddu, 1981

Lucio MUÑOZ (Madrid, 1929 - 1998)
- Técnica mixta sobre madera -
185 x 160 cm

Lucio Muñoz estudió en la Escuela de Bellas Artes de Madrid entre 1949 y 1954, donde fue compañero y amigo de pintores realistas como Antonio López Garcíal, Julio López Hernández y Amalia Avia, con quien se casaría en 1960. Sus obras de la primera mitad de los cincuenta están pintadas en un etilo figurativo neocubista que gradualmente se aproxima a la abstracción del proceso es muy sensible en sus paisajes urbanos). En 1955-56 viaja a París, becado por el gobierno francés, y allí descubre el informalismo; pronto pintará sus primeros cuadros centrados en el estudio de las texturas matéricas. Poco después comienza a tratar con la madera, que se convertirá desde entonces en su material esencial. Al principio es sólo un soporte que el artista cubre parcialmente con pigmentos y barnices, colas y polvos minerales, con una paleta inclinada a los tonos más oscuros. Luego la madera será tallada, astillada, quemada... hasta sacar de ella toda una gama de efectos torturados.

El mundo de Lucio Muñoz, desde finales de los años sesenta, es un ámbito nocturno, fantástico y surreal, poblado de seres insólitos que pueden ser prehistóricas criaturas acorazadas, o animales dotados de extraños apéndices, como los peces de las profundidades abisales. Son especímenes de un bestiario fantástico, cuyos nombres extraños y sonoros -Los Silius, las Metis, los Rinopecums, los Krampertiscos- parodian las denominaciones latinas de la zoología. Pero hacía 1979 comienza a entrar la luz en ese mundo lóbrego; desde entonces hasta 1982 producirá Lucio Muñoz algunas de las obras más luminosas de su carrera, como Liliux marina, Noc rojizo, Blanco Fin, Nueva canira. A esta época pertenece Jiddu. Su figura sugiere un árbol ferozmente podado, quizá un tronco muerto, con sus muñones y desgarrones, con su corteza rugosa y hendida, erosionada y descarnada en algunas zonas, calcinada en otras. Pero el relieve de esta concreción de ha vuelto menos agresivo que en obras anteriores del artista, y el fondo, la atmósfera entre blanquecina y azulada que envuelve a la figura tiene el resplandor de un amanecer, aunque sea un amanecer helado. (Texto de Guillermo Solana Díez, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, pág. 412).