Autorretrato con Fernando de Regoyos en el Café de la Coupole, Montparnasse, Paris, h. 1926

José María de UCELAY (Bermeo, 1903 - Bilbao, 1979)
- Óleo sobre lienzo -
100 x 131 cm

Ucelay es un pintor singular, difícil de clasificar en ninguna corriente determinada. En su obra, las figuras y las cosas irradian una especie de calma inquietante, cercana a la pintura metafísica. Nacido en Bermeo (Vizcaya), Ucelay comenzó en Deusto los estudios de Derecho y Filosofía y Letras, que abandonaría enseguida, como también los de Química. Su primera exposición individual, en 1921, tuvo lugar en la sede de la Asociación de artistas vascos. En 1922 visitó por primera vez París y al año siguiente se establecía en la capital francesa. Allí se integró en los círculos de la vanguardia, frecuentando a Manuel Ángeles Ortiz, Bores, Cossío o Benjamín Palencia. En 1925 presentó su obra en la célebre Exposición de artistas ibéricos.

El Autorretrato con su amigo Fernando Regoyos en un café de París es una síntesis de la vida urbana moderna y del lugar del artista en ella. El propio Ucelay y Fernando Regoyos (hijo del paisajista Darío de Regoyos) aparecen sentados en un café de Montparnasse, en el mismo corazón del París artístico de los años veinte. El café es un observatorio de la ciudad, y los vanos entre los pilares se presentan como cuadros dentro del cuadro. El primero de estos huecos, el de la puerta giratoria, ofrece una visión fragmentada de la calle, que reúne los signos más evidentes de la modernidad: la moda, los anuncios publicitarios, los automóviles. El otro cuadro dentro del cuadro se enmarca en el ventanal de la derecha: hay una pareja en el interior del local y dos árabes afuera, en la terraza, pero las cuatro cabezas aparecen mezcladas, en una impresión, casi cinematográfica. En fin, en el centro de este espacio se sitúa el personaje del artista, con una actitud de nonchalance, con un dandismo algo melancólico, algo distante de lo que le rodea. Como para subrayar esa distancia, Ucelay trata las figuras como siluetas planas, y les impone una congelación temporal y un efecto de extrañamiento cercano al llamado realismo mágico. (Texto de Guillermo Solana Díez, en "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, pág. 380).