Colecta para sepultar el cadáver de don Álvaro de Luna, 1866

José María RODRÍGUEZ DE LOSADA (Sevilla, 1826 - Jerez de la Frontera, Cádiz 1896)
- Óleo sobre lienzo -
272 X 320 cm

Don Álvaro de Luna, favorito del Rey Juan II de Castilla, pero repentinamente caído en desgracia, lo que le llevó al patíbulo, es uno de los personajes de la Edad Media más queridos por la imaginación romántica: el Duque de Rivas, Quintana, Eugenio de Ochoa, Gil y Zárate o Manuel Fernández y González se inspiraron en su biografía, que sirvió para profundizar en dos aspectos muy atractivos para la cultura del siglo XIX: por un lado, la fatuidad de la existencia; y, por otro, la conmoción sensorial que suscita la más truculenta de las muertes.

El pintor de historia Rodríguez de Losada, con el fin de dotar de respetabilidad histórica, eligió un largo fragmento de la Historia General de España del padre Mariana para explicar su obra, algunos de cuyos párrafos son bien ilustrativos de la escena pintada: "En medio de la plaza de aquella villa [Valladolid] tenían levantado un cadalso y puesta en él una cruz con dos antorchas a los lados y debajo una alfombra. Como subió en el tablado, hizo reverencia a la cruz, y dados algunos pasos, entregó a un paje suyo, que allí estaba, el anillo de sellar y el sombrero... Vió un garfio de hierro clavado en un madero bien alto: preguntó al verdugo para qué le habían puesto allí, y a qué propósito. Respondió él que para poner allí su cabeza luego que se la cortase. ... desabrochando el vestido, sin muestra de temor abajó la cabeza para que se la cortasen, a 5 de Julio [1453]. Varón verdaderamente grande y por la misma variedad de la fortuna, maravilloso. Por espacio de treinta años poco más o menos, estuvo apoderado de tal manera de la casa real, que ninguna cosa grande ni pequeña se hacía sino por su voluntad ... / Acompañó a Don Álvaro por el camino y hasta el lugar en que le justiciaron, Alonso de Espina, fraile de San Francisco, aquel que compuso un libro llamado Portalitium fidei ... Quedó el cuerpo, cortada la cabeza, por espacio de tres días en el cadalso, con una bacía puesta allí junto para recoger limosna con que enterrasen un hombre que poco antes se podía igualar con los reyes: así se truecan las cosas".

Desde un punto de vista temático, el cuadro es deudor del de Eduardo Cano, Entierro de don Álvaro de Luna (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro), que había sido primera medalla en la Exposición Nacional de 1858, y, en consecuencia, había despertado ya el interés del argumento entre el público de las Exposiciones; y, desde un punto de vista compositivo, de Los Comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo (Madrid, Congreso de los Diputados), de Antonio Gisbert, que fue primera medalla en 1860, cuya poética fúnebre intencionadamente es recreada por Rodríguez de Losada. Es seguro que el crítico José García se refiere a esas dos obras cuando afirma que "bajo cierta novedad de forma, y estimulado acaso por el recuerdo de dos cuadros que han alcanzado renombre en los últimos tiempos … se nos presenta con más pretensiones que mérito".

No es obra carente de interés, sin embargo, y, sin duda, se encuentra entre las mejores de su autor, pese a lo cual sólo fue premiada con una mención honorífica en la Exposición Nacional de 1866, donde figuró. Las impropiedades arqueológicas -algunas francamente ostentosas, como el crucifijo, que nunca puede reconocerse como del siglo XV- no impide apreciar los valores de la pintura, donde el pintor demuestra una cierta habilidad para dibujar y componer las figuras, recurriendo a modelos de la tradición pictórica sevillana. La teatralidad no es menor que en otras obras similares del género, con esos efectos de luz tenebrosa que contribuyen a aumentar el ambiente tétrico de la escena. Hay, ciertamente, una clara intención de buscar el sobrecogimiento inmediato del espectador en la presentación de la imagen más truculenta del pasaje histórico, con la verdosa cabeza cortada sobre la picota, y el pordiosero que se acerca a pedir limosna. En este sentido, José Benedicto, el crítico de La España, recuerda la afición del pintor a este tipo de argumentos y encuentra "demasiada verdad, de puro triste llega a hacerse repugnante, lo mismo en la idea que en la forma".

Se conoce una réplica realizada en 1886 que Valdivieso y Fernández López sitúan en la colección Pérez Asencio de Madrid. (Texto de Carlos Reyero Hermosilla, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, págs. 300 y 302).