Jura del rey Alfonso VI en Santa Gadea, 1864

Marcos HIRÁLDEZ ACOSTA (Sevilla, 1830 - Madrid, 1896)
- Óleo sobre lienzo -
260 x 450 cm

Esta obra, realizada en Roma siendo su autor pensionado por el duque de Osuna, está inspirada en el siguiente relato, extraído de la Historia de España de Lafuente: "En octubre de 1072 murió asesinado don Sancho de Castilla y acordaron los castellanos proclamar a su hermano don Alfonso, previo juramento de éste de no haber tenido participación en la muerte de don Sancho. Llamado don Alfonso a Burgos, reuniéronse todos con él en el templo de Santa Gadea para la proclamación. Llegado el solemne instante de jurar, ninguno de los presentes osaba interpelar al rey, hasta que el más audaz de los nobles, don Rodrigo Díaz de Vivar, exclamó en alta y segura voz: "¿Juráis, Alfonso, no haber tenido participación, ni aun remota, en la muerte de vuestro hermano Sancho, rey de Castilla?". "Lo juro" contestó el rey. Y los allí reunidos aclamaron a Alfonso, quien reunió entonces las coronas de Castilla, León y Galicia".

La obra fue premiada con medalla de segunda clase en la Exposición Nacional de 1864, donde obtuvo trece votos del jurado calificador.

A pesar del desconocimiento general que envuelve a su autor y no ser, en principio, un cuadro que, por sus características formales, destaque dentro del género, constituye una obra de considerable importancia historiográfica para la caracterización de la pintura de historia. En primer lugar, por el tema, pues el ciclo del Cid constituye uno de los que, por antonomasia, más se identifican con esta especialidad temática; dentro de él, el pasaje de la jura de Santa Gadea es uno de los más populares y, en concreto esta iconografía, es una de las más reproducidas (existe una copia en la Diputación Provincial de Burgos). Hay que tener en cuenta que el Cid es uno de los prototipos de guerrero despechado que define el carácter español, para el que la honra se antepone a cualquier interés material, una figura mítica de la literatura y de la historia desde tiempos medievales, profundamente anclada en el imaginario colectivo del siglo XIX. Por otra parte, la mejor demostración de que Hiráldez Acosta ha realizado un adecuado ejercicio académico es la síntesis de elementos, sobre todo de índole compositiva, que utiliza para describir con propiedad un relato temporal, hasta el punto de poder ser considerada la obra como ejemplar: cada uno de los personajes representa un gesto que, en estricta lógica, no es simultáneo al de los demás, sino que responde a una acción que desarrolla en el tiempo, lo que les obliga a una forzada teatralidad. Además, todos los elementos de carácter material que el pintor ha introducido en el cuadro son absolutamente habituales dentro de la pintura de historia, lo que pone en evidencia un repertorio común y un idéntico modo de mirar hacia el pasado. (Texto de Guillermo Solana Díez, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, pág. 264).