Alfonso XIII y Doña María Cristina Reina Regente, 1898

Luis ÁLVAREZ CATALÁ (Madrid, 1836 - 1901)
- Óleo sobre lienzo -
230 x 142 cm

La Archiduquesa María Cristina de Habsburgo-Lorena (1858-1929) por su educación estricta fue escogida por el Emperador Francisco José de Austria para abadesa del Capítulo de Nobles Canonesas de Praga. De allí la sacó Cánovas para, por razones de estado, casarla con Alfonso XII. La elección resultó acertada, pues si en principio la nueva Reina, en clara oposición a lo que había sido la primera mujer, la Infanta María de las Mercedes, no parecía interesada por los asuntos de la nación, ocupada como estaba en ordenar estrictamente la vida de palacio de acuerdo con su acendrada religiosidad, supo, sin embargo, cumplir su función cuando murió Alfonso XII en 1885, estando ella en cinta.

Luis Álvarez Catalá, pintor madrileño aunque de origen asturiano, pasó más de treinta años de su vida en Roma, donde se especializó en temas de género y cuadros de casacón, destacando por la exactitud y precisión con la que reproducía la indumentaria. Sin embargo, se dio a conocer con la pintura de historia al obtener una medalla de segunda clase en la Exposición de 1862 con El sueño de Calpurnia. Casi treinta años más tarde volvería a triunfar con una obra de género histórico, La silla de Felipe II, al obtener primeras medallas en la Exposición Universal de París de 1889 y las Nacionales de Madrid y Munich de 1890.

Estos éxitos van acompañados de su ingreso en las Academias de Madrid, Roma y Berlín, y su nombramiento como Director del Museo del Prado, precisamente en la época en que ejecuta este retrato de corte. Aunque no es un género muy habitual en su producción, Álvarez Catalá sale airoso del empeño realizando una obra similar a sus cuadros de época. Recrea un espacio palaciego ilusorio, donde no falta ninguno de los símbolos más característicos del retrato de corte, del retrato aúlico, herencia todavía del "retrato de aparato" barroco: trono, cortinón-dosel, escudo regio, corona, centro y los elementos arquitectónicos como la columna y la balaustrada. Delante dispone las dos figuras regias en pie -sigue el consejo que diera Palomino que el retratado se ponga de pie, en aquella postura más airosa-, acertando a captar la timidez del niño agobiado por su responsabilidad, mientras Doña María Cristina, reflejando todavía la tristeza de su situación, le protege con un gesto de madre y Regente a la vez.

Todo ello ejecutado con la brillantez clásica de su paleta, con la que logra esas calidades esmaltadas, con la perfecta reproducción de las telas como la seda con bordados de plata del vestido de la reina o el terciopelo de su capa, sin olvidar los detalles más nimios como la efigie que remata el trono. El pintor, satisfecho de su trabajo, hasta simula el estrado para estampar su firma. (Texto de Jesús Gutiérrez Burón, dentro del libro "El Arte en el Senado", Madrid, 1999, pág. 208).