Eugenio MONTERO RÍOS (Santiago de Compostela, A Coruña, 1832- Madrid, 1914)

Salvador MARTÍNEZ CUBELLS (1845-1914)
- Óleo sobre lienzo -
100 x 75 cm

Eugenio Montero Ríos, decimoséptimo Presidente del Senado, nació en Santiago de Compostela en 1832. Comenzó los estudios eclesiásticos en el seminario de su ciudad, abandonándolos para seguir la carrera de Derecho. En 1860 ganó la cátedra de Derecho canónico de la Universidad de Oviedo, donde residirá hasta que en 1864 obtenga la misma cátedra en la Universidad Central de Madrid.

En 1869 inició su carrera política al ser elegido Diputado por Pontevedra destacando por sus brillantes intervenciones a la hora de redactar los capítulos dedicados a la polémica en cuestión religiosa. Además, formó parte del Gabinete de Prim como Ministro de Gracia y Justicia adoptando medidas tan significativas como el establecimiento del matrimonio civil o la reforma de la Ley Hipotecaria. Votó la candidatura de D. Amadeo en cuyo reinado sería nuevamente Ministro de Gracia y Justicia, tocándole la delicada tarea de redactar su carta de abdicación para las Cortes y de acompañarle junto con la Reina hasta Lisboa.

Al sobrevenir la República se retiró de la política hasta que en 1884 se adhiriera al partido fusionista de Sagasta después de pasar por la Izquierda Democrática de Serrano. Nuevamente desempeñará varias carteras e incluso la propia Presidencia del gobierno tras la muerte de Sagasta en 1903, dimitiendo de su cargo en 1905 por los trágicos sucesos de Cataluña.

Hombre de gran prestigio, fue profesor de la Insitución Libre de Enseñanza, miembro de la Academia de la Historia y de la de Ciencias Morales y Políticas, dos veces Vicepresidente del Congreso y tres Presidente del Senado, siendo el único en dimitir de este cargo, lo que hizo en 1913 sustituido por Azcárraga. Pero en sus múltiples servicios al Estado quizá ninguno fue tan importante y triste como el de presidir la delegación española en la firma del Tratado de París de 1898 que puso fin al enfrentamiento con EE.UU, a costa de reconocer la pérdida de los últimos vestigios del otrora gran impero colonial español.

En el retrato de Montero Ríos están presentes todas las características de Salvador Martínez Cubells que le convierten en uno de los "retratistas" más representativos del momento y en el mejor ejemplo de la continuidad de la gran escuela española -la conocía hasta el más mínimo detalle por sus trabajos de restaurador primero del Museo del Prado- y de las "maneras" de Federico de Madrazo. Buena prueba de ello es la disposición de la figura y su hábil fusión con el fondo, la precisión en la técnica, la pincelada amplia y certera, la riqueza del color con la sutileza de los negros que denotan tanto la calidad del pintor como las calidades de las telas, la suavidad de las carnaciones, la nobleza y dignidad que emana de Montero Ríos centradas en esa cabeza modélica a la que se puede aplicar lo que un crítico decía en 1884, al significar que la cabeza escrupulosamente modelada, salta del lienzo rebosando vida, y es un prodigio de claro-oscuro y de color, de esas tintas propias de la genuina escuela española, que pocos saben emplear.

Los retratos de Martínez Cubells servían también como reclamo contra las "desviaciones modernas" porque no llevarán el arte por malos caminos; que el que siente el color puro no ha de ser amigo de las impurezas del realismo impresionista. De esta forma, retratos como el de Montero Ríos, no sólo tenían un profundo sentido nacional tan acorde con el espíritu del momento, sino que eran una barrera infranqueable para las tendencias moderas, lo que puede ayudar a explicar la peculiar situación del arte español y la aversión generalizada a las vanguardias.