Parque de Chapultepec, 1949

Ramón GAYA (Huerto del Conde, Murcia, 1910 - Valencia, 2005)
- Óleo sobre lienzo -
73 x 55 cm

Ramón Gaya ha sido un pintor de minorías; no porque su obra fuera en sí misma difícil, sino porque no encajaba en las casillas habituales para referir la historia del arte del siglo XX. En los últimos años, sin embargo, se han multiplicado los actos de reconocimiento a su obra y a su figura. En 1990 se fundó el Museo Ramón Gaya de Murcia, que alberga una amplia colección de la obra del artista.

Gaya viajó muy joven a París. Allí sufrió una decepción ante el arte de vanguardia, que se agravó con el retorno a España en 1933 y el reencuentro con el Museo del Prado. En los años de la Segunda República, en Madrid, colaboró con el Museo de Misiones Pedagógicas. Durante la guerra civil fue ilustrador de la revista Hora de España y trabajó en el montaje de la exposición del pabellón de París de 1937, donde participó con dos obras. Su esposa murió en 1939 en el bombardeo de Figueras. Él tuvo que exialiarse; tras pasar unos meses en Francia, se trasladó a México (donde residiría hasta 1952).

En México, Gaya volvió a encontrarse con antiguos colaboradores de Hora de España, como Cernuda, Bergamín y Gil-Albert. Colaboró en varias revistas literarias, se enzarzó en polémicas con los surrealistas y con los muralistas. Entabló amistad con poetas y artistas mexicanos como Octavio Paz, Xavier Villaurrutia, Salvador Moreno, Juan Soriano o Tomás Segovia. La obra de ese periodo se conoce poco en nuestro país. En ella ya se aprecian los rasgos del Gaya maduro, con sus temas favoritos y su estilo peculiar. Rinde culto a la tradición con sus homenajes a los maestros (como Velázquez, Rembrandt o Corot). Y al mismo tiempo, pinta del natural, entre 1948 y 1949, toda una serie de paisajes de Chapultepec: bosque, merendero, estanque, palacio de Maximiliano... Entre ellos, éste, de filiación corotiana, donde el pintor nos hurta el cielo, oculto tras el denso tapiz de las ramas de los árboles. El sous-bois, el interior del bosque, es un motivo en la tradición paisajística que sugiere la más profunda intimidad; una intimidad reforzada aquí por el sendero que nos conduce al fondo de la arboleda. (Texto de Guillermo Solana Díez, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, pág. 386).